Lo menos importante de lo más importante. Primera parte

 Por: Andrés Ramírez Pelayo (@andresramirezmx en Twitter)


   Abro mi siguiente texto jugando un poco con el orden de las palabras de una frase muy popular del ex futbolista argentino, Jorge Valdano (a quien he de mencionar que no es de mis voces favoritas a la hora de hablar sobre este deporte). En vísperas de la Copa Mundial  de Brasil 2014 podemos percatarnos de cómo es que esto, esa cosa que para muchos no es más que un sedante de problemas sociales, o como decía el poeta uruguayo, Mario Benedetti, “esa anestesia llamada fútbol”, es motivo para darle una cobertura adecuada, además de necesaria, a causa de los temas que van más allá de la cancha y que a su vez tienen una conexión directa.

   Para entender un poco la transfiguración que ha sufrido el fútbol contemporáneo habrá que remontarnos hacia su “reinvención” en 1857 cuando se fundó el Sheffield Football Club, el equipo más viejo del mundo, más antiguo que la propia Football Association. No duró mucho tiempo como mera actividad recreativa cuando se presentó una oportunidad muy interesante para la interacción, aunque la mayoría de los casos fuera dentro de los mismos círculos socio-económicos. ¿Por qué interesante? Porque eran los indicios del potencial en bruto que más adelante la humanidad se encargaría de detonar. Por lo pronto era una etapa de descubrimientos para la gente que lo practicaba.

El fútbol emigra a América. La época del romanticismo

   La gente de Europa encontró en América una tierra de oportunidades laborales y también para crear nuevas costumbres entre la población local. En especial ese juego inicialmente exclusivista que importaron los ingleses al que daban pocas oportunidades a los mestizos. Podemos mencionar rápidamente el caso del CURCC, que era un equipo de los ingleses propietarios de los ferrocarriles en Uruguay y del Club Nacional de Football, el primer equipo de origen criollo en el continente. Una respuesta que no solo se trataba del derecho a jugar, sino del derecho a construir una identidad, sentirse parte de algo por medio de una actividad muy simple. Sabemos que las cosas simples son las que más atraen a la gente y es ahí donde está la clave del éxito para el balompié. Un club de fútbol podía ser más sólido que muchos gremios de aquella época.

   A inicios del siglo XX, esta idea de la identidad, alimentada a partir de posturas políticas y económicas, comenzaba a dar hincapié a una segregación a veces radical entre barrios, un fenómeno muy común en ciudades como Montevideo y Buenos Aires. Pero también este tipo de comportamientos que giraban en torno al balón daban paso a una versión patriótica y un sentimiento nacionalista. Los jugadores llegaban a enamorarse de sus equipos precisamente por aquello que representaban y donde, muy literalmente, se suicidaban al saber que ya no daban la talla, tal como ocurrió con Abdón Porte cuando se enteró que dejaría de ser titular y se quitó la vida en el centro del cancha donde experimentó por más de siete años lo que es alcanzar esa gloria que empezaba a idealizarse. En efecto, eran comportamientos extremos pero que inevitablemente conmueven, emocionan y explican este fenómeno social que estaba en plena formación. También había racismo, ese bichito que la FIFA ha querido erradicar desde tiempos inmemorables. El fútbol ya era practicado por el pueblo latino, pero al igual que los ingleses, también era puesto en marcha este “ranking racial” que a paso de tortuga se fue haciendo a un costado, aunque pareciera más bien paso de borrachito, uno hacia adelante y dos para atrás. A estas alturas llevamos cerca de 50 años de un juego que seguiría sumando más conceptos con el paso del tiempo.

Los héroes del balón. Se profesionaliza un sentimiento entre dictaduras y revoluciones

   Con el inicio de la Copa del Mundo de Uruguay 1930, producto de la aceptación del fútbol como deporte a partir de los Juegos Olímpicos de París 1900 y de la propuesta de la Asociación Uruguaya de Fútbol ante la FIFA para organizar un campeonato mundial independiente, era muestra de la popularidad con la que ya contaba un solo deporte. Todavía no era la sombra del mercado que actualmente es este evento, pero aun así se ponía el primer cimiento.

   La idea de reunir en aquella ocasión a 13 nacionalidades en un mismo país resultó muy atractiva en Europa, en especial para dictaduras como las de Benito Mussolini quien se encargaría de organizar el segundo mundial. Muy pronto esto del fútbol se convirtió en un asunto de Estado, en un tema de seguridad nacional donde a sus nuevos agentes secretos, los futbolistas italianos, se les dejó muy claro su misión: “ganen o mueran”. Junto con los Juegos Olímpicos de Berlín 1936 los anfitriones, además de llevarse el primer lugar, aprovecharon para dar ejemplo de una supremacía racial en todos los sentidos, incluyendo el deportivo. Entendían al fútbol como un fenómeno donde a las masas se les podía amaestrar. Pero en toda película siempre habrá un villano, bueno o malo. Así como Jesse Owens, años más tarde Matthias Sindelar se convertía en el héroe para los judíos cuando su Austria dio cátedra de fútbol al seleccionado nazi ante la mirada incrédula de Adolf Hitler y miembros de la SS. Con ello surge una nueva cara y su antítesis: el de la propaganda y el de la resistencia.

   Otro caso particular, y también vinculado a los nazis era el partido de la muerte, un encuentro entre prisioneros ucranianos, y el equipo de la Wehrmacht. Cuadros locales como el Dínamo de Kiev fueron suspendidos durante la ocupación nazi al ser fundados por militantes soviéticos. El fútbol estaba prohibido en Ucrania. Mientras tanto, Josef Kordik, un panadero alemán fanático de aquel conjunto daba asilo y trabajo a jugadores del Dínamo y Lokomotiv de Kiev. Se especula sobre sus intenciones, si fue un gesto de buena fe o para hacer negocios con ellos por medio de partidos. Cual fuera el motivo, formaron un nuevo equipo cuyo objetivo era recuperar aquella diversión que les fue arrebatada. Muy pronto el FC Start derrotó a varias escuadras alemanas. Algunos nazis sugerían que fueran fusilados, pero no lo hicieron por temor a lo que podría hacer el fútbol en su contra: convertirlos en leyendas y en un ejemplo de resistencia para el pueblo ucraniano. El 6 de agosto de 1942 el FC Start derrotó 5-1 al Flakelf, equipo de las fuerzas armadas nazis. Tres días después los alemanes pidieron revancha. El árbitro era un militante de la SS. Más arreglado no podía estar. Éste les pidió hacer el “Heil Hitler”, petición a la que ellos se negaron. Iban perdiendo y eran castigados a patadas por los del Flakelf, pero al medio tiempo el Start dio la vuelta al marcador. Un comandante de ocupación les ordenó a los jugadores del FC Start que se dejaran perder o abstenerse a las consecuencias. Ahora la frase era: “pierdan o mueran”. Irónicamente regresaron con más vida que nunca. El Start vencía 5-3 al Flakelf. Uno de ellos, Oleksiy Klimenko, eludió al portero y en lugar de anotar éste reventó el esférico hacia el centro de la cancha como una señal de desprecio para la delegación nazi. No habían pasado los 90 minutos cuando el árbitro pitó el final. Ante tal osadía los jugadores del Start firmaron su condena de muerte. Era la crónica de una muerte anunciada, diría el escritor colombiano Gabriel García Márquez. Se cuenta que uno de ellos fue asesinado antes del primer partido, otros como Mykola Korotkykh fueron arrestados una semana después por ser miembros de la policía comunista y torturados hasta la muerte. Otros como el portero Mykola Trusevych murieron en campos de concentración a causa de los trabajos forzados y llevando puesta la camiseta de su equipo. Kiev fue liberada en 1943 pero la historia siguió en el anonimato hasta la caída de la URSS en 1991. Como tantas cosas, la FIFA no reconoce este partido a pesar de que en el estadio hay un monumento en memoria de los héroes ucranianos.

   Las guerras continuaron y durante ese lapso los futbolistas, la gran mayoría de ellos obreros que trabajaban jornadas muy pesadas, encontraban en el fútbol un rato para la diversión. Un rato necesario después de una semana repleta de dificultades. Era su válvula de escape. El dinero no importaba en el romanticismo, ellos jugaban por amor a su patria futbolera, es por eso que más de uno los admiraba. Sin embargo, en vista de la popularidad sobre este juego que no paraba de crecer, que la gente quería verlos jugar más a menudo y que pagarían por ello, la pasión se transformó en una profesión, una mal pagada desde sus inicios, pero pagada. Así, entre dictaduras, crisis económicas y conflictos bélicos de escala mundial, la nueva etapa del fútbol daba sus primeros pasos. Cada vez más rápidos, más de lo que se podía imaginar en ese momento.

   Terminó la II Guerra Mundial: 70 millones de muertos. La pobreza. La bomba nuclear. La destrucción. La ONU y su bandera de la paz que servía para tapar los daños de la estupidez humana y los nuevos conflictos que emanaban con ella como estandarte. A los alemanes se les prohibió jugar en el mundial de Brasil 1950 en donde ocurrió el maracanazo y el ensordecedor silencio de 200,000 personas que produjo el gol de Alcides Ghiggia. “Solamente tres personas han callado al Maracaná: el Papa, Frank Sinatra y yo”, comentó años más tarde. Cuatro años después, entre el rezago, la división entre los capitalistas y comunistas por medio de un muro, la Alemania Federal, una “selección partida” se daba cita en Suiza. Se encontraron con Hungría y éste les dio un baile con marcador de 8-3. Tal vez porque eran los campeones olímpicos, tal vez porque dejaron en ridículo a los inventores del Football en el mítico Wembley con la reina Isabel en primera fila, o tal vez porque llevaban más de cuatro años invictos. Elija el motivo que más le convenza pero Hungría humilló a una Alemania que ya estaba más que pisoteada por tanto conflicto bélico. Aun así avanzaron. Los teutones hicieron sus deberes ante Yugoslavia y Austria, les llenó la canasta con goles. Hungría repitió la dosis ante los finalistas del certamen pasado. Llegaron al día decisivo. Se entregaron los banderines Ferenc Puskás, teniente coronel, y Fritz Walter, un paracaidista de la II Guerra Mundial. Llovía. Cuentan que Puskás, el mejor jugador del mundo por aquel entonces, jugaba con una fiebre altísima y que además cojeaba después de recibir cientos de patadas durante toda la copa, pero éste abrió el marcador al minuto 6’, y dos minutos más tarde lo hacía su compañero Zoltán Czibor. Otros dos minutos después cayó un nuevo gol. ¿Húngaro? No, alemán. Max Morlock cortaba distancias y Helmut Rahm al 18’ empataba las cartulinas. Se veía venir una tarde de goles. No fue así. Solo hubo uno más, el del campeonato, el más valioso de todos, el que se encargó de hacer Helmut Rahm de nueva cuenta. Terminó el partido. Alemania campeón. Medio país, muy literalmente, gritaba victoria, ese grito que un día les prometió el Führer. Conquistaron el mundo sin gastar ni una sola bala. Este éxito tan limpio de sangre ajena, y lleno de esfuerzo, barro y sudor, fue lo que forjó el espíritu competitivo que el día de hoy caracteriza al deportista alemán. Mejoró la economía, subió la autoestima de su gente. No era broma, un gol ayudó de manera tremenda para que todo un país se levantara.

   Mientras tanto, en medio de este ambiente nació Eduard Streltsov, mejor conocido como el “Pelé Ruso”. Nacido en Moscú, hijo de un soldado soviético que no volvería con vida tras asistir a la II Guerra Mundial, se mudó junto con su madre a la ciudad de Kiev. Jugaba desde los 13 años con el equipo de la fábrica metalúrgica donde trabajaba su mamá. Fue durante un encuentro con las juveniles del Torpedo Moscú en donde el joven Streltsov los convenció. Firmó con ellos a los 16 años. A los 17 debutó en Primera División. A los 18 era el goleador de la liga. A los 19 fue campeón en los Juegos Olímpicos de Melbourne 1956 mas no le dieron una medalla de oro porque no jugó el partido de la final. En alguna ocasión fue nominado para Balón de Oro. Streltsov era un jugador fantástico, pero para el comunismo le faltaba un pequeño detalle; jugar para algún equipo comunista. Toda su carrera la hizo en el Torpedo, equipo que representaba la industria automotriz, así que su intento de fichaje era un asunto de Estado. El Dinamo Moscú que representaba a la KGB y el CSKA Moscú que es el equipo del ejército ruso, rechazó ambas “invitaciones" a pesar de que Lev Yashin fue enviado para convencerlo. Dicha osadía no quedaría así por lo que se le involucró en un escándalo de violación tras haber hecho un comentario ofensivo contra la hija de una importante funcionaria soviética. Una sentencia de doce años en el campo de trabajos forzados de Gulag le privó de los mundiales de 1958, 1962 y la Eurocopa de 1960 ganada por la URSS. Existen voces que afirman que Brasil y Pelé fueron campeones del mundo porque no estaba participando Eduard Streltsov. Pero era más importante un castigo así que un título. Streltsov volvió a las canchas en 1963, antes de lo previsto. Para 1965 levantaría su primer título de liga y en 1968 una Copa de la Unión Soviética. Jugó partidos para su selección pero nunca jugó un mundial. Se retiró de las canchas en 1970 y falleció 20 años después, en fechas donde la URSS se caía a pedazos. Fue para muchos el mejor jugador en la historia de Rusia y de alguna forma el comunismo, caracterizado por formar grandes leyendas deportivas, le frenó el pasó que al parecía estar destinado a ser el más importante de todos ellos.

   Volviendo a 1957, a cien años de la patada inicial, Alemania era el campeón mundial, el Real Madrid reinaba en el Viejo Continente, Pelé se estaba preparando para darle a su papá la alegría de una Copa del Mundo. Y el fútbol, era un juego, pero también un romance, una dictadura, una rebeldía, una novela, una terapia, un formador de héroes, un medio de vida y por tanto, un modo de vida. Pero sin pensarlo, el fútbol también se estaba convirtiendo en un monstruo.
Comercialización. El mercado global del balompié
Eduardo Galeano, un escritor uruguayo que dice ser un gran jugador por las noches mientras duerme y que al despertar se convierte en el peor “pata de palo” de su país, nos menciona que el que está drogado es el negocio del fútbol. ¿Pero por qué lo está?

   El mundo trataba de mejorar después de la devastación de la II Guerra Mundial, la estabilidad relativamente comenzaba a conseguirse, aunque los conflictos iban y venían, como el que Pelé fue capaz de frenar en el Congo un día de 1969. El fútbol frenó una guerra, y ese mismo año el fútbol propició otra cuando Honduras y El Salvador se jugaban la clasificación para el mundial de México 1970. El fútbol fue un pretexto para detener un conflicto bélico, y el mismo fútbol fue un pretexto para ocasionarlo. El Salvador decidió romper relaciones diplomáticas con Honduras. Por la noche la selección salvadoreña derrotó a su similar catracho por 3-2 en el Estadio Azteca y se clasificaron para la cita mundialista. Obviamente el problema no era futbolístico sino agrario y migratorio.

   Las dictaduras, a manera de epidemia, se propagaron en Sudamérica, primero con la de Augusto Pinochet en el 73’ y sus historias macabras como la del uso del Estadio Nacional de Chile como campo de exterminio. Otro caso fue el mundial de Argentina 1978 bajo la dictadura militar, donde se contaba que cerca del Estadio Monumental se torturaban a los presos políticos o la inexplicable goleada sobre Perú a manos de los locales por 6-0, un marcador suficiente para llegar a la gran final que a la postre ganarían.

   América no ha sido el único lugar en el que se han visto dictaduras que se escudan con el deporte para ocultar realidades como la desigualdad social, tal es el caso de Corea del Norte. Basta recordar que en el último ranking hecho por la ONG alemana “Transparencia Internacional” el país norcoreano obtuvo una calificación de 8 sobre 100, el más bajo de la lista. Corea del Norte cuenta con una liga local integrada por 10 equipos en Primera División en donde el máximo ganador es uno llamado “4.25 Sports Club”, perteneciente al Ejército Popular de Corea, su nombre deriva de la fecha de fundación de la milicia. El país comunista que actualmente está bajo el mando de Kim Jong-Un, el líder supremo para el resto de su población, posee el Estadio Reungrado Primero de Mayo, el más grande del mundo con capacidad para 150,000 espectadores, y el evento más importante que se celebra en este inmueble no son las eliminatorias mundialistas sino el festival Arirang, una exhibición de gimnasia con duración de dos meses para celebrar el cumpleaños de su dictador. La participación de la tabla rítmica masiva es tan obligatorio como el servicio militar.

   Al tema de la política sumémosle el de las marcas de ropa y calzado, el de las publicidades, el de los comerciales. Cuando el futbolista sin darse cuenta ya era más actor que jugador. Pasó a ser un producto con número de serie. Sus piernas eran propiedad de ajenos con todo y derechos de autor. Los conflictos internacionales como siempre continuaban, la diferencia era que un anuncio nos llamaba la atención y más de uno pensó que aquello había terminado. O las reformas arbitrarias, o las crisis económicas, o la escasez alimentaria. No se necesitaba vivir las represiones políticas de la primera mitad del siglo XX ya que se encontró una manera más sofisticada y rentable para mantener sometida a la población. El aficionado que también era un espectador pasó a convertirse en un actor más pasivo que activo. Dejaba de practicarlo, la comodidad del sillón y el poder del control remoto lo convencieron para observarlo y nada más. Pero no solo ocurría con los simples mortales, lo mismo les pasaba a las “estrellas del fútbol”, y digo estrellas porque el marketing les hizo entender que la palabra “héroes” les quedaba cortito.

   Vayamos al caso de Diego Armando Maradona. Argentino. El pibe de familia humilde que se convirtió en el ídolo de Boca. El que hizo grande a un equipo como el Nápoles que estaba condenado al olvido. El único jugador que parecía ser capaz de hacer campeón del mundo a cualquier país. El que se convirtió en el villano y figura favorito cuando anotó en cinco minutos los dos goles más contradictorios de la historia: la mano de Dios y el gol del siglo. El vengador de las Malvinas. Tal vez Pelé fue mejor. Tal vez Di Stéfano o Garrincha o los que usted quiera mencionar lo fueron, eso es discutible, pero nadie como Diego había alcanzado esa fama que todavía sigue en pie. Galeano nos refiere a Maradona como un tipo “mujeriego, parlanchín, borrachín, tragón, irresponsable, mentiroso, fanfarrón”, pero que esa es la razón por la que la gente lo quiere tanto, por ser el más humano de todos los dioses, el que más se parece a nosotros. Sin embargo, al tener ese lado humano Maradona cayó en la tentación de la heroína, de las fiestas, de los escándalos, del doping, incluso se le llegó a vincular con la mafia italiana. El futbolista más invencible de todos fue derrotado por una droga llamada “exitoina”, le quitó hasta su privacidad que ahora es del dominio público.

   Otro caso fue el de Ronaldo, “El Fenómeno”, “El Gordito”, o como lo calificó Mourinho hace poco, “El Verdadero”. Sobra decir quién fue o qué títulos conquistó, así que vayamos al grano. Final de la Copa del Mundo Francia 1998. La noche previa al partido Ronaldo sintió mareos, escalofríos, sufrió convulsiones, fue a parar a un hospital. Un estrés emocional lo puso en ese estado. En un joven de 21 años depositaban irresponsablemente toda la responsabilidad para que Brasil repitiera la corona mundial. No quiso jugar porque no podía jugar. Nike, la marca de la palomita que vestía a la Verdeamarela y enlataba sus pies, lo obligó. No podían darse el lujo de que su estrella se perdiera el juego ante su rival Adidas quien vestía a Les Bleus y tenía en Zinedine Zidane su referente en el mercado. Francia ganó 3-0 a Brasil, o mejor dicho, Adidas le ganó a Nike. Ronaldo jugó pero no apareció, y afortunadamente no pasó a mayores en cuanto a su salud.

   Solo menciono dos casos porque la lista es interminable aunque son casos famosos y muy oportunos para entender la razón por la que el negocio del fútbol es el que está drogado, y lo está por ser avaricioso, inhumano, superficial, hueco, por querer vender jugadores como si fueran figuras de acción, por engañar al futbolista para que firme un contrato vitalicio donde le da la libertad de hacer lo que quiera con él, por hacer dinero con el ocio de la sociedad y darle a entender que todos los problemas que lo rodean son “lo menos importante de lo más importante”.

No hay comentarios

Con la tecnología de Blogger.